Distintos olores pueden influir sobre la percepción visual de las emociones
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En este estudio fue posible verificar que los olores influyen sobre la identificación de las expresiones faciales, así como estas influyen también sobre la reacción emocional al olor.
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Imagen de PublicDomainPictures en Pixabay
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Los olores influyen sobre la habilidad humana de percibir visualmente y juzgar correctamente las emociones de otras personas, aun cuando el afectado por una exhalación no tenga conciencia de su presencia. Fruto de la investigación de maestría de Matheus Henrique Ferreira, actualmente doctorando en el Instituto de Psicología de la Universidad de São Paulo (IP-USP), en Brasil, un artículo con mediciones detalladas de este efecto salió publicado en la revista PLOS ONE.
“Si estoy sintiendo un aroma agradable, mi percepción de la emoción agradable mejora”, dice Mirella Gualtieri, doctora en neurociencias y conducta y docente de psicología experimental del IP-USP. “Lo propio sucede con los olores desagradables, que mejoran el discernimiento del miedo y del asco”, dice la científica, directora de tesis de Ferreira.
El equipo de investigación partió de la premisa de que el estímulo del olfato tiene la característica peculiar de que casi siempre está conectado a un juicio de agradabilidad. “Podemos depararnos con muchas escenas visuales que no necesariamente calificaremos como algo que nos gusta o no nos gusta ver, pero a menudo lo único que un individuo logra describir sobre un olor es si es agradable o desagradable”, explica Gualtieri, quien desarrolla una investigación aplicada en psicología sensorial.
Con esa premisa, el grupo detalló su diseño experimental con el objetivo de evaluar de qué manera el hecho de someterse a un ambiente en donde existe un olor agradable o desagradable puede afectar la forma en que una persona analiza las emociones que ve en las otras. Gualtieri hace la salvedad de que no se trata de un experimento inédito: “El análisis de expresiones emocionales faciales de las personas es algo de larga data. Lo interesante de lo que hemos hecho nosotros, y que pocos estudios lo tienen, reside en que no utilizamos expresiones de emociones muy fuertes. En esta área generalmente se trabaja con facciones que no son muy comunes cotidianamente. La alegría, la tristeza y la rabia se retratan de manera casi estereotipada o caricaturesca y no es así que se transmiten las emociones en el cotidiano.”
Trabajando entonces con una gradación de emociones basada en los rostros caricaturales (a los que el grupo clasificó como gradiente 100%), en el experimento se fueron mezclando (morphing) la imagen (que expresaba alegría o tristeza extrema, por ejemplo) con una cara neutra. De este modo, se crearon gradaciones de 10% en 10% de un determinado contenido emocional. Posteriormente se efectuó un seguimiento de cómo analizaban o juzgaban las personas aquella emoción, al observar el rostro en el dibujo y decir si expresaba alegría, tristeza, rabia, asco o miedo.
“Observamos en qué medida la intensidad de esa expresión sería el mínimo para que la persona empiece a acertar al respecto de la emoción que estaba presente allí –sabemos que no requiere ser 100%, pero pretendíamos saber cuál era el valor mínimo–, y vimos que se ubicaba generalmente entre el 20% y el 30% del tenor total de aquella emoción”, comenta Gualtieri.
Una vez determinado el umbral de intensidad de una emoción que las personas requerían para discriminarla, se evaluó la velocidad (el tiempo de reacción) con el que efectuaban ese juicio. Por último, se observó de qué manera todo esto podría modificarse en presencia de olores malos o buenos.
“Nuestro aporte consiste en demostrar de qué manera transcurre este efecto entre las modalidades sensoriales. Tenemos nuestros cinco sentidos, pero para adaptarnos al medio, para comunicarnos y lograr vivir, es necesario que esos sentidos interactúen. Lo que demostramos en ese artículo es cómo esto puede suceder mediante un ejemplo”, dice Gualtieri. “La presencia de un olor –y no se necesita estar consciente de que está allí– puede afectar mi procesamiento visual, o la manera en que le atribuyo emociones al estímulo visual.”
Otra impronta de este experimento reside en que la determinación de la calificación de un olor como bueno o malo quedó a cargo de cada participante, en lugar de adoptarse convenciones predefinidas. “Muchos trabajos se valen de una calificación categórica, esto es, las personas necesariamente considerarán que el olor de las fresas es apetecible y el de los pies es feo. Esas etiquetas listas existen, pero sabemos por experiencia que con los olores la cosa es complicada: no siempre funcionan. Lo que estaba orientando nuestro trabajo es lo que la persona juzgó, si era agradable o desagradable para ella, y esto modificó mucho nuestro proceso de análisis en comparación con cuando rotulamos y asumimos que cierto olor era siempre malo. Esta elección modificó nuestros resultados en forma sumamente importante, por eso optamos de allí en adelante por basarnos en el juicio de agradabilidad que las propias personas efectuaban.”
Los participantes –35 personas, de las cuales 20 eran mujeres y 15 varones– no sabían que el experimento era sobre el olfato: solamente se les informaba que se mediría su rapidez para detectar qué emociones apuntaban determinadas expresiones faciales. “No sabían que existía un olor: se sentaban frente a la pantalla, y en la gomaespuma de los auriculares que utilizaban les poníamos una cantidad ínfima de alguna sustancia (ácido butírico, con olor a manteca agria, acetato de isoamilo, con un olor fuerte similar al de las bananas, o hierba limón). Los participantes realizaban toda la sesión experimental, identificaban las emociones y nosotros verificábamos el índice de aciertos y los tiempos de reacción.”
Solamente cuando culminaban esa parte, el equipo les explicaba que el objetivo consistía en verificar si el hecho de llegar olores a la nariz en simultáneo con el juicio de la emoción afectaba el discernimiento. En ese momento, los participantes apuntaban en una escala, mediante un dial, y mostraban en qué medida les gustaba o no el olor en cuestión.
El artículo lleva también las firmas de Patricia Renovato Tobo, gerenta científica de Natura Inovação e Tecnologia de Produtos, subsidiaria de Natura Cosméticos, y Carla Regina Barrichello, también de Natura.
“Si bien en estudios anteriores ya se había puesto de relieve el papel de la valencia hedónica de los olores en el procesamiento emocional de los estímulos visuales, existen otros diversos factores que posiblemente están implicados. Este artículo demuestra que existe un efecto bilateral importante implicado entre los estímulos olfativos y visuales. En este estudio fue posible verificar que los olores influyen sobre la identificación de las expresiones faciales, así como estas influyen también sobre la reacción emocional al olor”, comenta Tobo.
“Si estoy sintiendo un aroma agradable, mi percepción de la emoción agradable mejora”, dice Mirella Gualtieri, doctora en neurociencias y conducta y docente de psicología experimental del IP-USP. “Lo propio sucede con los olores desagradables, que mejoran el discernimiento del miedo y del asco”, dice la científica, directora de tesis de Ferreira.
El equipo de investigación partió de la premisa de que el estímulo del olfato tiene la característica peculiar de que casi siempre está conectado a un juicio de agradabilidad. “Podemos depararnos con muchas escenas visuales que no necesariamente calificaremos como algo que nos gusta o no nos gusta ver, pero a menudo lo único que un individuo logra describir sobre un olor es si es agradable o desagradable”, explica Gualtieri, quien desarrolla una investigación aplicada en psicología sensorial.
Con esa premisa, el grupo detalló su diseño experimental con el objetivo de evaluar de qué manera el hecho de someterse a un ambiente en donde existe un olor agradable o desagradable puede afectar la forma en que una persona analiza las emociones que ve en las otras. Gualtieri hace la salvedad de que no se trata de un experimento inédito: “El análisis de expresiones emocionales faciales de las personas es algo de larga data. Lo interesante de lo que hemos hecho nosotros, y que pocos estudios lo tienen, reside en que no utilizamos expresiones de emociones muy fuertes. En esta área generalmente se trabaja con facciones que no son muy comunes cotidianamente. La alegría, la tristeza y la rabia se retratan de manera casi estereotipada o caricaturesca y no es así que se transmiten las emociones en el cotidiano.”
Trabajando entonces con una gradación de emociones basada en los rostros caricaturales (a los que el grupo clasificó como gradiente 100%), en el experimento se fueron mezclando (morphing) la imagen (que expresaba alegría o tristeza extrema, por ejemplo) con una cara neutra. De este modo, se crearon gradaciones de 10% en 10% de un determinado contenido emocional. Posteriormente se efectuó un seguimiento de cómo analizaban o juzgaban las personas aquella emoción, al observar el rostro en el dibujo y decir si expresaba alegría, tristeza, rabia, asco o miedo.
“Observamos en qué medida la intensidad de esa expresión sería el mínimo para que la persona empiece a acertar al respecto de la emoción que estaba presente allí –sabemos que no requiere ser 100%, pero pretendíamos saber cuál era el valor mínimo–, y vimos que se ubicaba generalmente entre el 20% y el 30% del tenor total de aquella emoción”, comenta Gualtieri.
Una vez determinado el umbral de intensidad de una emoción que las personas requerían para discriminarla, se evaluó la velocidad (el tiempo de reacción) con el que efectuaban ese juicio. Por último, se observó de qué manera todo esto podría modificarse en presencia de olores malos o buenos.
“Nuestro aporte consiste en demostrar de qué manera transcurre este efecto entre las modalidades sensoriales. Tenemos nuestros cinco sentidos, pero para adaptarnos al medio, para comunicarnos y lograr vivir, es necesario que esos sentidos interactúen. Lo que demostramos en ese artículo es cómo esto puede suceder mediante un ejemplo”, dice Gualtieri. “La presencia de un olor –y no se necesita estar consciente de que está allí– puede afectar mi procesamiento visual, o la manera en que le atribuyo emociones al estímulo visual.”
Otra impronta de este experimento reside en que la determinación de la calificación de un olor como bueno o malo quedó a cargo de cada participante, en lugar de adoptarse convenciones predefinidas. “Muchos trabajos se valen de una calificación categórica, esto es, las personas necesariamente considerarán que el olor de las fresas es apetecible y el de los pies es feo. Esas etiquetas listas existen, pero sabemos por experiencia que con los olores la cosa es complicada: no siempre funcionan. Lo que estaba orientando nuestro trabajo es lo que la persona juzgó, si era agradable o desagradable para ella, y esto modificó mucho nuestro proceso de análisis en comparación con cuando rotulamos y asumimos que cierto olor era siempre malo. Esta elección modificó nuestros resultados en forma sumamente importante, por eso optamos de allí en adelante por basarnos en el juicio de agradabilidad que las propias personas efectuaban.”
Los participantes –35 personas, de las cuales 20 eran mujeres y 15 varones– no sabían que el experimento era sobre el olfato: solamente se les informaba que se mediría su rapidez para detectar qué emociones apuntaban determinadas expresiones faciales. “No sabían que existía un olor: se sentaban frente a la pantalla, y en la gomaespuma de los auriculares que utilizaban les poníamos una cantidad ínfima de alguna sustancia (ácido butírico, con olor a manteca agria, acetato de isoamilo, con un olor fuerte similar al de las bananas, o hierba limón). Los participantes realizaban toda la sesión experimental, identificaban las emociones y nosotros verificábamos el índice de aciertos y los tiempos de reacción.”
Solamente cuando culminaban esa parte, el equipo les explicaba que el objetivo consistía en verificar si el hecho de llegar olores a la nariz en simultáneo con el juicio de la emoción afectaba el discernimiento. En ese momento, los participantes apuntaban en una escala, mediante un dial, y mostraban en qué medida les gustaba o no el olor en cuestión.
El artículo lleva también las firmas de Patricia Renovato Tobo, gerenta científica de Natura Inovação e Tecnologia de Produtos, subsidiaria de Natura Cosméticos, y Carla Regina Barrichello, también de Natura.
“Si bien en estudios anteriores ya se había puesto de relieve el papel de la valencia hedónica de los olores en el procesamiento emocional de los estímulos visuales, existen otros diversos factores que posiblemente están implicados. Este artículo demuestra que existe un efecto bilateral importante implicado entre los estímulos olfativos y visuales. En este estudio fue posible verificar que los olores influyen sobre la identificación de las expresiones faciales, así como estas influyen también sobre la reacción emocional al olor”, comenta Tobo.
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